Cuántos maestros -y no tan maestros- de la ciencia-ficción describieron el apocalipsis en clave de enfermedades pandémicas, como si anhelaran con nostalgia las no vividas de la Edad Media y sucesivas, históricas y literarias, para poner allí todo tipo monstruos, entre trífidos, vampiros y collages de cadáveres peligrosamente cariñosos. Ciudades arrasadas por la guadaña de la muerte en su caballo medio podrido, al son de los violines que cientos de calaveras pulsan al óleo sobre lienzo; nubes tóxicas que colorean el cielo de verdes y amarillos fosforescentes, mutaciones genéticas que dan a luz terribles virus capaces de transformar a seres humanos en bestias caníbales. Todo eso, repetido en serie a través de los tubos catódicos, la gran pantalla y el Smart tv, donde es fácil separar a buenos de malos: de acá, los héroes armados de carabina, volando sesos podridos; de allá, la encarnación del mal, la denuncia del cientificismo racionalista siempre en la mira, entregado al filo de los machetes. Pero ¿qué pasaría si el virus no distinguiera entre buenos y malos, y que además de matar físicamente sacara a flote, en dos por uno, lo peor y lo mejor de la condición humana? Pues bien, eso acaba de ocurrir en este edificio de apartamentos donde la parca tiene tos y decreta muerte por asfixia, intolerancia, paranoia, soledad acompañada y cierto humor negro made in Colombia.
Autor: AA. VV.
Precio: $50,000