La casa de Bernarda Alba

Con esta máxima podríamos haber galardonado la obra de Lorca de haberse escrito y estrenado ahora, y no es una razón exclusivamente literaria, sino más bien llena de connotaciones dramáticas, y que muestran bien a las claras la importancia que le otorgó al simbolismo en este drama, o la desnudez, tanto geográfica como emocional, con la que despojó en todo momento la escena de todo aquello que pudiera resultarle superfluo al espectador. Un puñado de mujeres, unos sentimientos descontrolados, un encierro, poco más necesitó el autor granadino para armar una de las obras que se ha instalado ya por derecho en la galería de los clásicos de nuestra literatura. Y eso que no hay un tema grandilocuente, ni una ambientación ostentosa, ni siquiera unos personajes de alcurnia, pero en cambio hay alma, a raudales, en cada cuadro, en cada escena, casi diríamos que en cada parlamento, y eso, tratándose del teatro, es oro puro. Podríamos seguir después deteniéndonos en el lenguaje, popular, sentencioso, lleno de dichos y refranes, vivo, lacerante, a ratos incluso vulgar, un español profundo de la más profunda de las Andalucías, pero brillante al tiempo que lleno de lirismo, incluso para la recriminación (“suavona, yeyo, espejo de tus tías”, llega a decirle Bernarda a una de sus hijas). Imaginemos ahora la conmoción que supondría para el espectador de ciudad, y de ciudad fina, escuchar estos diálogos. El más simple se había retorcido el colmillo pensando “ya está aquí nuestro Federico con las suyas”, pero un público más sensible habría reconocido, a las pocas escenas, sentirse erizado por lo que ese lenguaje ocultaba. Con todo lo anterior, hablar de tiranías y libertades, o lo que es lo mismo, de Bernarda frente a Adela, habría sido para Lorca como mostrar sus interioridades, tal y como acostumbraba a hacer, y llevarlas en esta obra a unos extremos quizá más avanzados, los que auguraban un nuevo despegue de su carrera teatral, algo que por desgracia ya nunca podríamos comprobar. Pero hasta esos conflictos, esas ansias de amor y libertad, se dosifican para el espectador tras las palabras, tras tres actos que en sí mismos son otras tres obras teatrales, tras lo que viene del exterior, llámense segadores o Pepe el Romano. Lorca armó un universo en el que esos planetas femeninos orbitan en torno a un sol (Bernarda) que ve tambalearse su imperio cuando Venus (nuestra Adela) le rompe en su rostro la vara del dominio. Lo demás, amor y muerte, hipocresía y envidias, pertenece a la esencia del ser humano, la misma que Federico caló siempre en sus obras con una mano delicada y certera.

Autor: García Lorca, Federico

Precio: $42,000